Mi mamá se llama Inma

Mientras estaba aún en la cama, estaba esbozando mentalmente el post que iba a escribir para felicitar a mi madre por su santo. Quería que el regalo que le voy a hacer, y que aquí os muestro, fuese acompañado de un reconocimiento público a lo que siempre ha supuesto mi madre para mí, mi apoyo, mi soporte, mi pilar incondicional.


Y precisamente esta mañana fea, gris y lluviosa me encuentro con las bellísimas palabras de mi querida amiga Carol en los comentarios del post anterior, que nos regala una reflexión maravillosa sobre lo que es querer y lo que representa decirlo, y que os recomiendo muy encarecidamente que leáis. Y esas palabras, que han iluminado mi corazón con una luz que jamás podré arrancar a este frío día de diciembre, me han hecho pensar que no recuerdo la última vez que le dije a mi madre que la quería. Y aunque es tan evidente que lo hago y espero que en mis gestos ella lo note, Carol tiene toda la razón del mundo. A veces actuamos como si los "te quieros" fuesen finitos, como si decirlo mucho nos hiciera vulnerables o nos pusiera en una posición incómoda. Y por supuesto que no es así.

Las circunstancias recientes han provocado que yo de alguna forma haya redescubierto a mis padres, a los dos. Cuando una crece y se siente ya adulta tiende a pensar que ya no tiene esa misma necesidad de sus padres que se siente de niño, cuando dependes de ellos para absolutamente todo. Pero yo no me avergüenzo de reconocer que los sigo necesitando, que sigo necesitando su calor y su apoyo. Y que les agradezco de todo corazón su entrega sin límites y el amor tan profundo que me demuestran.


Felicidades, mamá. Y gracias infinitas a Carol por la sabiduría de sus palabras y por no tener miedo a regalar los "te quieros".